Primera Jornada Arquidiocesana sobre Familia y Vida

En este sitio publicamos información acerca de la Primera Jornada Arquidiocesana sobre Familia y Vida, que tuvo lugar en Montevideo (Uruguay) el domingo 23 de julio de 2006.

sábado, septiembre 09, 2006

Métodos Naturales de Regulación de la Fertilidad (Dra. Inés Garicoïts)

El hombre está hecho para amar; sin embargo a veces, en la afanosa búsqueda de la felicidad, no tiene claro qué decisiones y caminos debe tomar para que este amor sea efectivo y de acuerdo con el plan de Dios. Por eso, la Iglesia nos muestra el camino a través de sus enseñanzas, no como represora, sino como educadora y anunciadora del plan de felicidad que Dios creó para el hombre.

En lo referido al amor conyugal, los esposos deben aceptar que la única manera de practicar una verdadera paternidad responsable es mediante el uso de los métodos naturales de regulación de la fertilidad, si fuese necesario espaciar los nacimientos. Es siguiendo estas enseñanzas del Magisterio de la Iglesia que el acto conyugal conserva su sentido más profundo y va configurándose con el amor de Cristo por su Iglesia, imagen del amor conyugal.

Al hablar de regulación está implícito el concepto de administración, de conducción de algo activo. Hay que analizar la idea de regulación en contraposición con la idea de control. La meta es llegar a capacitarnos para poder multiplicar una riqueza que está en nosotros, pero que no nos pertenece totalmente y que es mucho más de lo que cada uno es individualmente.

Implica la construcción de un nosotros al servicio de otros, cuya felicidad es determinante para la propia felicidad. Cuando estamos en esta actitud de administración y conducción, se crea un vínculo mutuo, una sintonía de amor, de vida y de destino que se proyecta fuera de cada uno y del nosotros: el hijo viene a ser la manifestación primordial, el don más preciado del amor que nos tenemos y en el que crecemos.

El amor de comunión se orienta a la creación, a la fecundidad en sus más variadas formas. La fecundidad abarca toda la persona: la persona cambia su mentalidad, su forma de pensar, su quehacer, su estilo de vida. La primera manifestación de esta fecundidad es un desarrollo más pleno de la propia personalidad, en el ser y el quehacer (1).

Alegra ver esos novios que se van a casar y lo primero que aspiran es tener hijos, y ordenan su vida en función de ese proyecto de fecundidad, en vez de ordenar al hijo en función de opciones de vida profesional u otras. Claro que hay que trabajar, tener casa, terminar la carrera. Éstos son los quehaceres de los cónyuges que viven en una sociedad: pero el secreto está en desarrollar un amor centrado en el deseo de hacer feliz a otras personas, un amor de benevolencia, generoso; y eso, que genera un nuevo estilo de convivencia, tendrá un efecto en la pequeña comunidad familiar y acabará por llegar al plano de la cultura.

Confucio dijo: “Si hay armonía en casa habrá orden en la nación y paz en el mundo”. Puede decirse, pues, que el vivir de acuerdo con el proyecto de Dios para los esposos en esto de la regulación natural de la fertilidad crea condiciones tales en la comunidad conyugal y familiar, que puede constituir el camino más seguro para llegar a una sociedad más solidaria, para construir la “civilización del amor”.

Pero, ¿en qué consisten los Métodos Naturales de Regulación de la Fertilidad?

Toda mujer, por poco preparada o inteligente que parezca, puede aprender a detectar los síntomas que aparecen en su propio cuerpo y que indican fertilidad (2). El ejercicio de una paternidad responsable implica pues un discernimiento por parte de los esposos que se proponen buscar un embarazo, o también posponerlo, por el solo hecho de mantener relaciones conyugales en los días de fertilidad o infertilidad respectivamente (3). Si todos los matrimonios conocieran este recurso, jamás dirían que su embarazo ha sido algo no deseado, ya que deberían conocer, en el momento de sus relaciones sexuales, que el cuerpo de la mujer estaba en “estado fértil” (4). Esto se da con un 98,5% de eficacia, según estudios de la OMS (Organización Mundial de la Salud), de forma muy sencilla y asumiendo los esposos un compromiso mutuo.

El sexo es uno de los medios que Dios ha instituido para el enriquecimiento de la persona (5). La sexualidad bien vivida es integradora de la persona, cuando el dinamismo espiritual, desde la inteligencia y la voluntad, gobierna los otros dos dinamismos, el biológico y el psicológico. Entonces este amor es el que permanece, el que busca el bien de la persona amada, por encima de antojos o comodidades. Es el amor donde ocurre la verdadera entrega, porque se ofrece al otro por encima de sí mismo.

La generosidad es la esencia del amor. Santo Tomás enseña que el amor implica la intención de proporcionar la mayor felicidad posible a la persona amada. Mientras que, como dice Ronald Knox, un amor que es sólo atracción física, sin aprecio alguno espiritual, se convierte pronto en cosa del pasado.

Dice Monseñor Fulton Sheen que quienes separan el sexo del espíritu están preparándose para la muerte, porque la separación del alma y del cuerpo es la muerte. Quienes viven la sexualidad según el deseo de los impulsos, separándolo del espíritu generoso, olvidan que no se puede entregar el cuerpo sin entregar el alma. El sexo aislado de la persona no existe.

Esterilizar al acto conyugal para poder disfrutar del sexo y su placer, por ejemplo, desconectado de la procreación, desintegra el sentido profundo del acto conyugal; y éste deja ya de ser un acto de comunión conyugal.

Por eso la Iglesia ha mostrado siempre el mismo mensaje a lo largo de los siglos: no por su antojo, sino porque su misión es salvaguardar la persona humana en cuanto criatura de Dios, destinada a la santidad.

Dice el Dr. John Billings que de cada 100 personas que contraen matrimonio, un 10% no podrá tener hijos. Por lo que para muchos no existe el problema de la regulación de los nacimientos. Su convicción personal le ha llevado a la conclusión de que “evitar el embarazo durante los primeros años de vida matrimonial, cualquiera que haya sido el método empleado, lesiona seriamente al matrimonio. Algunos matrimonios incluso no logran superarlo.” (6)
Y es quizá un egoísmo, incluso ignorado como tal, que, oculto en forma de bien, nos lleva a “defendernos de la amenaza de un hijo”; y ese egoísmo, en cuanto opuesto al amor, es el que acaba por derrumbar el amor conyugal.

La conquista de la Felicidad pasa por vivir la Castidad.

La práctica de la Castidad educa en el amor. ¿Y qué es la castidad? Es el recto uso de la sexualidad según el estado de vida. Para los esposos, la castidad consiste en respetar “la inseparabilidad de los dos aspectos del acto conyugal: unión y procreación” (7), amor y vida, lo que se cumple aceptando que “cualquier acto conyugal debe mantenerse abierto a la transmisión de la vida” (8).

El Dr. Billings ha constatado que el uso de un método natural puede tener un efecto muy beneficioso de cara a las relaciones psicológicas entre esposo y esposa. El acto conyugal es vivificado muy frecuentemente por el descanso y es importante para los casados llegar a descubrir que existen mil modos de expresar el amor, lo que los defiende de caer en rutinas entristecedoras.

La práctica de la Castidad durante el noviazgo educa para la castidad en el matrimonio: esos novios que se guardan para el matrimonio, que procuran no violentar la pasión del otro sino que son delicados, tendrán más voluntad y fortaleza para ser obedientes en su conyugalidad y podrán comprender mejor el plan de Dios para su matrimonio.

Por último la castidad se educa desde la primera infancia, ejercitando la voluntad cuando son niños: no dándole al cuerpo todo lo que éste pide, sino más bien sacarlo de su comodidad y conducirlo a lo que hace bien al niño. Nunca estaremos suficientemente agradecidos con papá y mamá cuando, lejos de alimentar nuestros antojos, nos instaban a soportar pequeñas molestias y exigencias para crecer en la virtud de la fortaleza, ejercitar la reciedumbre y así estar más preparados para el sacrificio.

Pienso que, en cuanto a la paternidad responsable se refiere, lo que se nos pide a los matrimonios es tener una apertura a la vida, ser generosos en recibir la prole. También se nos indica que si existen graves motivos, y en el respeto de la ley moral, podemos evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o incluso por tiempo indeterminado (9). Para hacer efectivo esto, concretamente hay que ofrecer a Dios entre 6 y 12 días al mes de abstinencia de relaciones conyugales, correspondientes a los días de fertilidad.

Esto que así escrito no parece tan difícil, puede ofrecer cierta dificultad en el diario vivir. Sin embargo no es de ninguna manera imposible, sino, antes bien, deseable y beneficioso. Llevarlo a cabo reporta a los esposos un canal de Gracia infinito que nutre el amor conyugal y es fuente de una felicidad profunda y verdadera. Esto los hace conscientes del don preciado de su amor, de la bendición de Dios que son la fecundidad y los hijos, si los tuvieran.

Cristo en su predicación y a través de su Iglesia nos dio una visión más elevada del amor conyugal e hizo del Matrimonio un Sacramento que nos comunica la gracia. Los cristianos debemos dar testimonio ante el mundo de nuestra felicidad conyugal y esforzarnos por conservar la pureza del amor.

Notas:

1) L. Jensen, Paternidad Responsable, Comunión y Fecundidad, Editorial Patris 1999, p. 59.

2) J. Billings, Every man a lover, A.C.T.S. Publications, Melbourne.

3) Pablo VI, Enc. Humanae Vitae n. 16:
“Licitud del recurso a los períodos infecundos.
Si para espaciar los nacimientos existen serios motivos (…), la Iglesia enseña que es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales.”

4) J. Billings, Amarse en cuerpo y alma, 9ª Edición, San Pablo 1998, p. 37.

5) Fulton Sheen, Three to get married, (1955), p. 13.

6) J. Billings, Amarse en cuerpo y alma, 9ª Edición, San Pablo 1998, p. 40.

7) Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, (1968), n. 12.

8) Pío XI, Enc. Casti connubii, AAS 22 (1930), p. 560; Pío XII, AAS 43 (1951), p. 843.

9) Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, (1968).


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